El término resiliencia viene de una antigua
palabra francesa que significa “recobrar fuerzas, espíritu y resistencia".
Las personas resilientes tienen
la habilidad de recuperarse rápidamente de una crisis o un trauma. Pueden
apelar a un sistema de creencias interno y se valen de estrategias de éxito que
les permiten procesar su dolor y seguir avanzando, en lugar de quebrarse y
destrozarse como un cristal cuando enfrentan la adversidad. En el ámbito
empresarial el término resiliencia se refiere a la capacidad de las empresas a
sobreponerse a las adversidades, hacer que los problemas reboten para que
no las afecte y puedan poner en peligro su sostenibilidad en el mercado.
El cambio es inevitable, las crisis de hoy no
son necesariamente más violentas o más crueles que hace un siglo. Pero son
infinitamente más rápidas, impredecibles, complejas e inevitables. Las empresas
que quieran sobrevivir a ellas deben aceptar que no podrán evitar que las
turbulencias les golpeen, pero pueden prepararse para actuar con agilidad
cuando llegue el momento, moviéndose al ritmo del cambio, abriendo las puertas
y liderando la transformación, la empresa de hoy, y mucho más la de mañana,
necesita emprendedores, innovadores, individuos inspirados, osados y atrevidos,
dispuestos a correr riesgos en todas las capas de la organización que
permitan convertir la amenaza en una oportunidad. El gran enemigo de la
resiliencia es el éxito. A medida que las empresas alcanzan el éxito, pierden
capacidad de adaptación. Sus procesos internos se van endureciendo,
aumenta la burocracia y la entropía a todos los niveles; crece la grasa
empresarial y la aversión al riesgo, y la frase que más se oye es "siempre
lo hemos hecho así, y no nos va mal. La inercia es el resultado de hacer lo que
siempre se ha hecho porque siempre se ha hecho. La capacidad de sobreponerse
rápidamente a los traumas del cambio es un factor crítico en las empresas que
quieran sobrevivir y tener éxito en los próximos años. El futuro será de
las organizaciones flexibles y adaptables a su entorno, empresas menos
estructuradas, menos jerárquicas y menos rutinarias. Cualquier empresa que
quiera conseguirlo deberá adoptar estas características:
1. Orientación al cliente. Cuando llega la ola de
cambio, se acerca por el lado del cliente. Las empresas que estén atentas a las
necesidades de sus clientes, estarán mejor preparadas para el cambio. Por el
contrario, aquellas que se aferren a los supuestos de la industria serán
las primeras en ser arrastradas por el tsunami de una evidente miopía del
mercado. Redefinir el
negocio con base en las necesidades del cliente, antes que por la pertenencia a
una industria le permitirá a la empresa tomar mejores decisiones
con respecto a su oferta de productos, (propuesta de valor) eficiencia en
costos, mejorar la experiencia del cliente para así responder mejor a sus
expectativas.
2. Elasticidad. Las estructuras
flexibles se doblan antes que romperse, y cuando la tensión disminuye
recuperan su forma sin trauma. Fomenta la elasticidad en tu organización:
contrata a personas abiertas, dispuestas a aprender y a empezar de nuevo en
cualquier momento, a cambiar de rumbo cuantas veces sea necesario, a adoptar la
forma que haga falta, a ceder sin perder su capacidad original.
3. Agilidad. La agilidad está
íntimamente ligada al tamaño: las organizaciones grandes tardan más en
reaccionar, acumulan más inercia, crecen más lentamente, tienen más entropía.
Lo pequeño, por el contrario, tanto en la naturaleza como en los negocios, encuentra
la forma de moverse rápidamente y crecer de prisa a pesar del entorno.
Para mantenerse ágil, la clave es mantener unidades relativamente pequeñas,
fragmentar la organización en unidades operativas mínimas. Así la
comunicación y la relación entre ellas puede fluir con más rapidez y facilidad,
y esto acelera el ritmo de desarrollo.
4. Inteligencia. Concibo la
inteligencia como la capacidad de recoger y analizar datos del entorno para
volverla información para la toma de decisiones y utilizarla en la resolución
de problemas. La inteligencia es una función esencial para las empresas
resilientes: La capacidad de adaptación depende de la velocidad con la que se
analiza la información. Tanto para asimilar el cambio como para
desarrollar ventajas competitivas es imprescindible extraer información del
contexto y generar conocimiento de esa información.
5. Liderazgo. Los cambios de rumbo
requieren voluntad y atrevimiento. Sin alguien que tome las decisiones
valientes con determinación, la empresa estará a merced de la inercia.
Sin un líder algo visionario y dispuesto a correr riesgos, nada sacará a la
empresa de hacer lo que siempre se ha hecho y lo que hacen las demás. Mi punto
de vista es que para liderar una empresa sobresaliente se necesita
humildad y generosidad de atribuir a los demás el mérito de los aciertos,
y a sí mismo la responsabilidad de los errores. La empresa adaptable requiere líderes
comprometidos con el futuro del negocio capaces de hacer lo que sea necesario
para salvarlo de las eventualidades. Líderes capaces de inspirar y motivar
con su presencia. Por lo tanto adoptar el cambio requiere movilizar una
cantidad tal de fuerza de voluntad corporativa que sólo puede ser
inspirada por la pasión de un líder admirado por toda la
organización.
6. Mantener la inversión en crear valor. Recuerda que, como decía
Peter Drucker, solo hay dos funciones que cran valor: marketing e innovación.
Cuando llegan los períodos bajos, las empresas se ven en la necesidad de
recortar gastos para preservar la liquidez. En estos casos la reacción de los
directivos es recortar en marketing, innovación y desarrollo de producto. ¡No
lo Hagas! Esto supondría perder valor, y sin valor, éstas desnudo y desarmado
en el momento más intenso de la batalla. En una crisis, mutilar los
recursos que generan valor es como arrodillarse frente al enemigo, bajar la cabeza
y cerrar los ojos. Recortar en valor supone perder cuota de mercado. En épocas
de recesión, es importante reducir costos, pero te aseguro que hay otras áreas
que podrían no crear valor en las que se puede reducir gastos. Todas las
empresas acumulan grasa en épocas de bonanza, pero como dice Philip
Kotler "el marketing es músculo, no grasa".
7. Eliminar la grasa. La felicidad
engorda. En tiempos de prosperidad nos relajamos y acumulamos grasa. En
las organizaciones también. Todas las empresas se ven forzadas a reducir costos
en épocas bajas. Hacerlo no es una señal de debilidad, es una señal de
cordura. Empieza por reducir costos quitando la grasa acumulada. ¿Cómo saber si
es grasa? Si aporta valor monetizable a corto o largo plazo, no lo es.
Se pueden optimizar los gastos de infraestructura y operaciones que no
aporten valor. Si tienes un viaje puedes volar con aerolíneas de bajo costo,
buscar hoteles más económicos, posiblemente cambiar el carro por uno más
económico, supongo que no se perderán las ventas por cambiar de carro. Al
contrario, la austeridad en tiempos de crisis genera confianza.
8. Retener el talento. Las personas con
talento son más caras que las mediocres. En épocas duras pueden ser difíciles
de mantener. Pero si te deshaces del talento, lo más probable es que acaben
trabajando para la competencia. Si en algún momento son necesarios los
profesionales con talento, es en los tiempos difíciles. ¿Qué sentido tiene
prescindir de los mejores jugadores antes del partido más importante?
posiblemente cuando la turbulencia pase se habrá perdido mucho terreno. Y hay
que tener en cuenta que cuando se inicie la recuperación, el recurso más
escaso será el talento, no el capital.
9. Luchar en las batallas que se pueden
ganar. Enfócate en los negocios, clientes que generen más rentabilidad. En
los ciclos bajos, la rentabilidad depende de lo que más aporte
dinero. Y lo más rentable, necesita efectivo para no perder cuota de
mercado. Elige las batallas en la que se tengan más oportunidades y abandona el
resto.
10. Anticiparse a los cambios de la demanda.
Las crisis modifican las prioridades y las necesidades de las personas. Los
consumidores cambian sus hábitos de compra para ajustarlos a su nueva realidad.
Si eres capaz de anticiparte a esas necesidades y cambios, serás el primero y,
durante un tiempo, el único, en satisfacerlas. En este caso, adaptar la oferta
a las nuevas necesidades parece evidente: envases más pequeños o menos dosis
por paquete para reducir las barreras de acceso al producto, sin sacrificar la
calidad del producto, su percepción ni el margen de ganancia.
Por último, hay que tener claro que las
crisis abren ventanas a las oportunidades. No quiero decir que una crisis sea
una bendición. Hay millones de familias que en estos momentos la
pasan muy mal y creo que es una situación penosa y trágica para todos.
Pero también creo que miles de emprendedores y pequeñas empresas, con
excelentes pilotos, tienen hoy, una oportunidad para ocupar buenas posiciones
en el mercado. Creo que también las crisis obligan a tomar conciencia y a crear
empresas más saludables, honestas y responsables. Y esto quiere decir que muy
posiblemente aportarán más valor a la comunidad.
¡Hasta pronto!